El fracaso de la sociedad en el caso Marta del Castillo
Por Lorenzo Jiménez
La interrupción de la búsqueda del cuerpo sin vida de Marta del Castillo nos da ocasión para reflexionar, una vez más, sobre las circunstancias de este penoso asunto y sobre el evidente fracaso de nuestra sociedad que entraña.
Todos tenemos la culpa de lo sucedido con Marta, por más que tratemos d
e querer convencernos de lo contrario. Y no debe caer en el olvido lo sucedido. La tienen, en primer grado, los desgraciados que segaron su vida y merecen un castigo ejemplar. El peso de la ley debe caer sobre ellos –los Miguel Carcaño, El Cuco, etc.- sin paliativos. Y más aún si continúan engañando a todo un país en un gesto más de la cobardía que han mostrado en este caso y que supone la tortura inacabable para los padres.
Pero culpable es toda la sociedad española –empezando por los poderes públicos- por no ofrecer a sus jóvenes algo mejor que lo que está convirtiendo a decenas de ellos en verdaderas jaurías de gamberros carentes de principios y de respeto, o lo que es igual, en seres peores que las fieras. Es lamentable, pero no tardaremos mucho en vivir un nuevo caso como el de Marta. En unos casos por la desidia de un juez, que deja libre a un pedófilo sin ton ni son. En otros por la dejación de responsabilidad de unos padres que otorgan demasiada libertad irresponsable a sus hijos, creyéndose de esa manera mejores. Y en todas las ocasiones por un sistema que descuida la educación desde su escalón primero, que es el hogar.
Cuando se confunden los términos suceden estas cosas. La educación tiene su base en el hogar, pero a menudo hallamos familias desestructuradas que no saben qué hacer con los hijos. Son cada vez más frecuentes los casos de padres que amenazan a los profesores, en vez de entender que de ese modo sólo dan pie a que sus vástagos se salgan de carril.
La escuela es el lugar dónde se reciben enseñanzas, pero la educación, la verdadera base educativa, corresponde al hogar. Las reprimendas de madre o de padre son las que de verdad confor
man la moral ciudadana del hijo o hija.
Cuando el niño tiene desde temprana edad todos los caprichos, tiende a pensar que todo el monte es orégano y que lo que no consigue por las buenas, puede lograrlo de otro modo. Y ese otro modo puede llegar en el futuro desde el robo a la agresión sexual. Y por supuesto al asesinato.
La tolerancia paterna, o más bien la dejación de responsabilidades de muchos padres, conduce a que miles de jóvenes españoles no encuentren otro modo de divertirse que empaparse en alcohol o drogarse con lo que pillan. Ese fenómeno lo vemos en la propia Escalona, sin que a nadie parezca preocupar.
A continuación, carentes de base ética y atiborrados de sustancias nocivas, esos muchachos se dedican a violentar la paz ciudadana, sin que nadie se atreva a cortar los desmanes. En muchos casos, el interés electoral para no perder votos se convierte en cómplice. Y las llamadas fuerzas del orden tendrían mucho que decir si se aplicasen a hacer respetar eso mismo: el orden.
Cuando llegan los casos más graves, como el de Marta, esa misma sociedad, esos mismos poderes y esas mismas fuerzas de orden buscan culpables, sin entender que es suya la mayor culpa. Porque es esa sociedad la que bombardea con mensajes de consumismo y codicia, la que siembra basura por la televisión y rencor a través de otros medios de comunicación. Y sobre todo, la que no ofrece salidas o alternativas.
Está luego el fenómeno de internet, en el que se ha fraguado en parte el horrendo crimen de Marta. Lo que era un instrumento utilísimo para el progreso de la cienc
ia, se va convirtiendo cada vez más, por acción de los negociantes que han irrumpido en tromba y sin moral, en una jungla en la que los chiquillos se sumergen sin que sus padres lo noten. Las llamadas redes sociales cada vez se parecen más a las pandillas de gamberros.
En vez de poner tanto empeño a proscribir a quienes se bajan unas canciones, los gobernantes deberían ponerlo en atajar lo que bajo la apariencia de negocios lícitos se convierte en trampas para atrapar a los jóvenes como a mariposas deslumbradas.
Por fin y no sin su parte de culpa en todo esto están los medios de comunicación. Sobre todo los que se han dejado arrastrar al lado oscuro de su fuerza, es decir, a explotar el componente morboso de este asunto y usarlo en la guerra de las audiencias, para luego olvidarse del asunto mismo a la primera de cambio. Son el mejor ejemplo de la perversión de una sociedad a la que pretenden servir, pero a la que en realidad utilizan.
Son estos, esbozados aquí a pinceladas, algunos de los elementos nocivos que conducen a crímenes como el de Marta del Castillo. Y de ese modo, con ese tipo de elementos, llegamos a tres meses de desaparición de una joven en la flor de la vida y a las mentiras maliciosas de sus verdugos. Porque ellos, los asesinos, se amparan en la complicidad de la sociedad de la que han surgido. Una sociedad en la que los jueces, los policías y los políticos no son más que los eslabones más visibles de la cadena. Pero esa cadena la componemos todos.
Por Lorenzo Jiménez
La interrupción de la búsqueda del cuerpo sin vida de Marta del Castillo nos da ocasión para reflexionar, una vez más, sobre las circunstancias de este penoso asunto y sobre el evidente fracaso de nuestra sociedad que entraña.
Todos tenemos la culpa de lo sucedido con Marta, por más que tratemos d

Pero culpable es toda la sociedad española –empezando por los poderes públicos- por no ofrecer a sus jóvenes algo mejor que lo que está convirtiendo a decenas de ellos en verdaderas jaurías de gamberros carentes de principios y de respeto, o lo que es igual, en seres peores que las fieras. Es lamentable, pero no tardaremos mucho en vivir un nuevo caso como el de Marta. En unos casos por la desidia de un juez, que deja libre a un pedófilo sin ton ni son. En otros por la dejación de responsabilidad de unos padres que otorgan demasiada libertad irresponsable a sus hijos, creyéndose de esa manera mejores. Y en todas las ocasiones por un sistema que descuida la educación desde su escalón primero, que es el hogar.
Cuando se confunden los términos suceden estas cosas. La educación tiene su base en el hogar, pero a menudo hallamos familias desestructuradas que no saben qué hacer con los hijos. Son cada vez más frecuentes los casos de padres que amenazan a los profesores, en vez de entender que de ese modo sólo dan pie a que sus vástagos se salgan de carril.
La escuela es el lugar dónde se reciben enseñanzas, pero la educación, la verdadera base educativa, corresponde al hogar. Las reprimendas de madre o de padre son las que de verdad confor

Cuando el niño tiene desde temprana edad todos los caprichos, tiende a pensar que todo el monte es orégano y que lo que no consigue por las buenas, puede lograrlo de otro modo. Y ese otro modo puede llegar en el futuro desde el robo a la agresión sexual. Y por supuesto al asesinato.
La tolerancia paterna, o más bien la dejación de responsabilidades de muchos padres, conduce a que miles de jóvenes españoles no encuentren otro modo de divertirse que empaparse en alcohol o drogarse con lo que pillan. Ese fenómeno lo vemos en la propia Escalona, sin que a nadie parezca preocupar.
A continuación, carentes de base ética y atiborrados de sustancias nocivas, esos muchachos se dedican a violentar la paz ciudadana, sin que nadie se atreva a cortar los desmanes. En muchos casos, el interés electoral para no perder votos se convierte en cómplice. Y las llamadas fuerzas del orden tendrían mucho que decir si se aplicasen a hacer respetar eso mismo: el orden.
Cuando llegan los casos más graves, como el de Marta, esa misma sociedad, esos mismos poderes y esas mismas fuerzas de orden buscan culpables, sin entender que es suya la mayor culpa. Porque es esa sociedad la que bombardea con mensajes de consumismo y codicia, la que siembra basura por la televisión y rencor a través de otros medios de comunicación. Y sobre todo, la que no ofrece salidas o alternativas.
Está luego el fenómeno de internet, en el que se ha fraguado en parte el horrendo crimen de Marta. Lo que era un instrumento utilísimo para el progreso de la cienc

En vez de poner tanto empeño a proscribir a quienes se bajan unas canciones, los gobernantes deberían ponerlo en atajar lo que bajo la apariencia de negocios lícitos se convierte en trampas para atrapar a los jóvenes como a mariposas deslumbradas.
Por fin y no sin su parte de culpa en todo esto están los medios de comunicación. Sobre todo los que se han dejado arrastrar al lado oscuro de su fuerza, es decir, a explotar el componente morboso de este asunto y usarlo en la guerra de las audiencias, para luego olvidarse del asunto mismo a la primera de cambio. Son el mejor ejemplo de la perversión de una sociedad a la que pretenden servir, pero a la que en realidad utilizan.
Son estos, esbozados aquí a pinceladas, algunos de los elementos nocivos que conducen a crímenes como el de Marta del Castillo. Y de ese modo, con ese tipo de elementos, llegamos a tres meses de desaparición de una joven en la flor de la vida y a las mentiras maliciosas de sus verdugos. Porque ellos, los asesinos, se amparan en la complicidad de la sociedad de la que han surgido. Una sociedad en la que los jueces, los policías y los políticos no son más que los eslabones más visibles de la cadena. Pero esa cadena la componemos todos.