¿Cuánto más puede durar esto?
Por A. Sabrido
Quienes cabalgan a la grupa de José Luis Rodríguez Zapatero no quieren ni escuchar esta pregunta. En el fondo para todos los que han hecho de la política profesión, ya sean de izquierdas o de derechas (que al final no hay tanta diferencia), es la cuestión que más temen. Pero lo jodido de la crisis, de esta horrible crisis que padecen como nadie más de 4 millones de personas sin empleo, es que trae a cada rato a primer plano la puñetera preguntita: ¿Pero cuánto más puede durar esto?
Porque resulta particularmente difícil que a estas alturas de la película alguien se atreva a poner en duda que cuesta gobernar cuando se pierde la confianza de la gente, que es lo que le sucede a Zapatero hace un tiempito. Como dicen algunos de quienes le jaleaban, desde que se fue al garete eso que denominamos su fortuna.
Esa fortuna se mantiene incólume cuando a uno le vienen dadas de cara. Pero se deshace como un azucarillo en el agua cuando la cosa se pone fea y uno no sabe solucionar los problemas de la gente. Eso le pasa a Zapatero, a Barreda y a Perico de los Palotes (sustituya el lector a Perico por quien más le plazca).
Cada vez son menos los que se tragan el manido discurso de que por encima de todo están las ideologías. Porque se puede preguntar cuáles son esas ideologías… ¿O es ideológicamente de izquierdas cercenar en aras de la seguridad un número ingente de libertades y reducir las conquistas sociales de muchos años en pro del saneamiento de las finanzas tras un desaguisado provocado por los banqueros, que siguen llevándoselo calentito?
O es que lo que han dado en denominar el “pensionazo”, no es el último ejemplo de la inmolación de derechos ciudadanos y de los trabajadores al que recurre el inquilino de La Moncloa para “ir tirando” con un gobierno que se llama de izquierdas y se resiste a quitarse de en medio, visto que no arregla las cosas y si cabe las va empeorando.
Esto por mencionar los casos mayores, porque a buen seguro, si miran a su alrededor, verán decenas de casos menores, pero mucho más próximos a su domicilio.
Así andan las cosas, con una sensación de que todo un país, por unas y otras razones anda en caída libre, como demuestran las encuestas –y también las estadísticas de desempleo-, que no han mejorado desde que comenzó la legislatura con un Zapatero empeñado en negar que hubiese siquiera indicios, de crisis económica.
Desde entonces no se levanta cabeza y el gobierno no ha dejado de perder credibilidad por más que quieran negarlo (no hay más ciego que el que no desea ver). Y ello es así porque no hay signos de que sepan manejar la crisis y mucho menos como sacarnos de ella. Hay poca opinión en todo esto y si mucha percepción de lo que sucede.
Eran ya muchos quienes pensaban antes de lo de las pensiones –a lo que seguirá esta misma semana una reforma del mercado laboral como la que se rechazaba con tanto ardor el pasado otoño- que después de la presidencia semestral de la UE Zapatero iba a mover el banquillo otra vez más.
Incluso en la sede socialista de Ferraz se especulaba con un adelanto electoral que nos llevase a las urnas en octubre o a más tardar en primavera de 2011. Pero también se manejaba la hipótesis de un cambio en profundidad del gobierno, que incluyese la salida de la desgastadísima María Teresa Fernández de la Vega y algún otro sonoro nombre.
Por tanto, no andaba tan descaminado José María Barreda al atreverse a pedir a Zapatero que después de junio meta mano al asunto. En el fondo, no ha hecho más que ponerle letra al “run run” que se escucha (cuando se quiere escuchar) por los pasillos de su propio partido y hasta en la calle, esa a la que el líder socialista no presta demasiada atención cuando no le conviene. O se encastilla porque la oposición también lo pide.
Naturalmente, la última palabra la tiene el presidente, pero lo cierto es que si se empeña en seguir así, a la larga será peor para él, pero sobre todo para el país.
España es, sin duda, uno de los países de la UE en los que más duramente ha golpeado la crisis. El número de parados resulta insoportable, pero sobre todo las expectativas a medio plazo son desoladoras. Parece que el Gobierno no termina de encontrar la fórmula para atajar la situación y, cada vez son más quienes opinan que lo mejor sería un nuevo Gobierno salido de las urnas, con un proyecto nítido, capaz de devolver la confianza a los ciudadanos, como sucedió en EEUU con la llegada de Obama.
Y aunque Zapatero no genere hoy gran confianza, ello no presupone que no pueda ganar las elecciones con una hoja de ruta clara y concisa para salir de la crisis. Porque lo que es irrespirable es un país con 4 millones de desempleados, un PIB por debajo de cero, una deuda disparada y un déficit creciente. Esto no puede ser por más tiempo como en “La ciudad alegre y confiada” de Jacinto Benavente. No estamos para comedias.
Algunos dudan de que Zapatero pueda esperar a julio, pero mucho más que él lo dudan los trabajadores, los empresarios, los pensionistas, los desempleados, los que buscan empleo, las amas de casa, los que quieren conseguir una hipoteca, los que no pueden pagarla, los inmigrantes con papeles y los que no los tienen, es decir, los ciudadanos.
Además, ¿Qué pasaría si desaparecen algunos ministerios? (pongamos por caso Cultura, Vivienda, Igualdad, Medio Marino, Rural y no sé que más) ¿Quién lo iba a notar aparte de sus titulares? ¿Quién iba a recordar actuaciones positivas desde que tomaron posesión? ¿Cuánto nos íbamos a ahorrar en sueldos de altos cargos, asesores, dietas, viajes, coches oficiales, comidas, etc.? Esas sí son cuentas.
Como dice Barreda, habría que hacer un Gabinete pequeño, concentrado “en lo que importa”: el desempleo, el modelo productivo, la educación, la investigación, las infraestructuras. Con media docena de ministros con ideas, con programas y con proyectos, se podrían hacer maravillas. Aquí hacen falta reformas de calado y este Gobierno, de momento, sólo lanza globos sonda que él mismo se encarga de pinchar.
Claro que hay que hacer una reforma de las pensiones y de la Seguridad Social, pero desde el Pacto de Toledo, desde el consenso y con una mirada a medio y largo plazo. Y claro que hace falta una reforma educativa, pero de fondo. Y una reforma ambiciosa del mercado laboral y del modelo productivo, pero con los empresarios y los trabajadores y no por decreto.
El economista Robert Tornabell, ex decano de ESADE, sugería cosas cargadas de sentido común: subir el IVA a lo suntuario y no a nuestras fuentes básicas de ingreso, como el turismo; desgravar la reinversión de beneficios; rebajar cuotas a la Seguridad Social por cada nuevo empleo; dedicar parte del PIB al sostenimiento del empleo; dar facilidades para atraer parques de investigación e innovación; facilitar que bajen los precios de las viviendas; rescatar activos inmobiliarios para que los bancos vuelvan a dar créditos. Y esperar que resuciten las economías europeas para engancharnos a su locomotora.
Hay muchos que saben, pero no parecen estar en el Gobierno.
(A. Sabrido es periodista)