sábado, 5 de diciembre de 2009

Tribuna Libre

«Soy y seré siempre vuestro panadero»

Por Manuel Jiménez de Parga
Jordi Solé Tura fue mi primer colaborador en la Universidad de Barcelona. En el curso 1957-58, cuando yo me incorporé a la Facultad de Derecho de aquella Universidad, el profesor Pérez Vitoria, catedrático de Derecho Penal, me dijo: «Tenemos un alumno extraordinario que participa en mi seminario de criminología. Pero su vocación auténtica es el Derecho Político. Voy a presentártelo». Efectivamente, Jordi Solé Tura era un alumno excepcional. A los veinte años de edad era todavía panadero en su pueblo: Mollet del Vallés. Con una rapidez asombrosa, menos de ocho años, hizo el Bachillerato y la carrera de Derecho, obteniendo el premio extraordinario de licenciatura.
Junto a esta singular inteligencia, en Jordi destacaba su gran bondad. Era un hombre bueno, en el sentido profundo de la palabra bueno.
Su primera presencia en la Universidad como profesor, adjunto a mi cátedra, fue corta. En el año 1960 tuvo que huir a Francia, pues la Policía ya había detenido a sus compañeros en un congreso de los comunistas en Praga. A Jordi no lo encontraron dada su residencia fuera de Barcelona, en Mollet. En el exilio estuvo hasta 1965. La Junta de mi Facultad de Derecho, por mayoría absoluta, decidió que podía reincorporarse a la enseñanza no obstante su conocida pertenencia al Partido Comunista. Sin embargo, la persecución franquista de que era víctima le llevó a la cárcel Modelo de Barcelona durante cinco meses, sin que ningún juez o tribunal decretase la prisión. Esa situación anómala terminó, afortunadamente, y el profesor Solé Tura volvió a la Facultad de Derecho de Barcelona.
Pero en los tribunales para acceder a la cátedra dominaban los criterios políticos cerrados de la primera mitad de los años setenta. Le acompañé a Madrid desde Barcelona en dos ocasiones fallidas y un miembro de aquellos tribunales me confesó que Jordi era el mejor de todos los opositores, pero que él no podía entregar la juventud a un marxista. Otro de aquellos catedráticos de tribunales sometidos a la dictadura me comunicó que no podía votar a Solé, aunque era el mejor, pues eso sería un riesgo grave en su carrera política. El único catedrático que se atrevió a pronunciar el nombre de Solé, como vencedor en las oposiciones a cátedra, fue Ignacio María de Logendio, de la Universidad de Sevilla.
En el año 1976, a los pocos meses de la muerte de Franco, se celebraron otras oposiciones y yo tuve la suerte de formar parte del tribunal calificador. Por unanimidad salió triunfante Jordi Solé Tura. La muerte de Franco y las incógnitas en el futuro hicieron más flexibles a los catedráticos de la época.
El 15-J de 1977 Jordi fue elegido diputado en la lista del PSUC, comunistas catalanes. Fue un brillante parlamentario y empezó a conocérsele en Madrid y en el resto de España. Formó parte de la ponencia que redactó la Constitución, y luego Felipe González le nombró ministro de Cultura.
Recuerdo el homenaje que le tributaron en Mollet del Vallés. Se puede afirmar que todo el pueblo asistió a un acto en el que Jordi se presentó de esta forma: «Soy y seré siempre vuestro panadero».
Él me confesó que la política no le entusiasmaba tanto como la tarea universitaria. Fue un excepcional profesor de Derecho Político. Así le conocí y así le recuerdo hoy: amigo entrañable siempre.

(Manuel Jiménez de Parga es jurista, catedrático de Derecho, ex ministro y ex presidente del Tribunal Constitucional)