La corrupción está en el sistema
De nada sirve llamarse a engaño. La reiteración de escándalos de corrupción en España, de los que el caso Gurtel y las detenciones en Mallorca no son más que cronológicamente los últimos, pero que afectan alternativamente a políticos de todos los partidos –incluso de esos que se auto consideran como más limpios-, es evidencia de que lo que falla es el sistema.
La corrupción está en el sistema y nadie parece interesado en eliminarla. La política española, tan ejemplar durante los primeros años de la transición, ha entrado en una dinámica de suciedad y descrédito difícil de engullir para los ciudadanos honestos, que son la mayoría.
Esa corrupción no es privativa de los unos o los otros, sino común a todos o por lo menos a los muchos que son capaces de dejarse arrastrar al lado oscuro de la fuerza, por usar un término expresivo de la Guerra de las Galaxias.
No hace muchos días, un honrado ciudadano comentaba sarcástico que en muchos escalones de la administración –o de las administraciones-, pero sobre todo en el ámbito municipal y autonómico, es sólo cuestión de tiempo esperar a que aflore un nuevo caso de corrupción. La escasa cultura democrática de muchos de nuestros políticos es sólo una de las razones de que así sea. El sistema de financiación propicia esa podredumbre y nadie lo reforma para que no sea así.
En muchos países de nuestro entorno la corrupción extendida y de niveles extremos es simplemente impensable. Por ejemplo en la Europa nórdica, modelo de productividad y de eficiencia, donde además los servicios sociales y la asistencia a los ciudadanos alcanza niveles difíciles de imaginar por estos lares. Allí un caso aislado de corrupción es motivo de gran alarma. Como debiera serlo entre nosotros.
No hace mucho que un político de ese origen comentaba privadamente en Madrid a este periódico digital que el Estado español parecía, visto desde allí, como un enorme colador que dejaba escapar ingentes sumas de dinero sin control por los agujeros, mientras que sólo una pequeña parte acababa por ser productiva para el ciudadano. Desgraciadamente no andaba muy descaminado. Hay muchos políticos exageradamente generosos con el dinero de todos.
El Reino Unido no es hoy en día modelo de éxito económico –por allí también hay un Zapatero llamado Brown- pero sí que es un modelo de respeto de la ley y de orden. Y a los políticos se les obliga a dimitir cuando no actúan con limpieza. Además el Estado no es como una pétrea losa.
A un estado organizado obsoletamente y cargado de funcionarios y de rémoras, le hemos añadido en España otras administraciones regionales plenas de ineficiencia, por las que siguen filtrándose los millones sin llegar a traducirse en bienestar para el ciudadano. El Estado de las Autonomías, lejos de ser el del bienestar y la solidaridad, se parece cada vez más a los reinos de taifas que descompusieron el poder de la España musulmana.
Algunos presidentes autonómicos, sobre todo en aquellas regiones de las que dependen los éxitos electorales generales, se han convertido en voraces reyezuelos que pugnan por arrebatar más pedazos del pastel común a los otros. El reciente y polémico acuerdo de financiación autonómica tiene mucho de eso, de satisfacción del ansia de algunos en detrimento de los otros. Por más que nos quieran vestir el muñeco.
Igual sucede con los sucesivos planes que el gobierno se saca de la manga para poner paños calientes a la maltrecha economía, en lugar de invertir fuertemente en tecnologías y por el cambio de modelo productivo que sitúe a España entre las naciones prósperas de Europa de modo duradero. Por ahora sólo vemos gasto y más gasto a costa de la bolsa común, que no tiene como meta conducir a España a la senda del futuro sino a ir tirando.
El reciente atentado asesino de Palmanova ha hecho evidente lo que sospechábamos. Ni siquiera nuestras policías cuentan con lo que precisan para ser más eficaces. Los ahorros se hacen en detrimento del ciudadano, pero siempre hay por ahí partidas para que eche mano el desaprensivo de turno.
Además, hay una terminología de lo encomiable que parece condenada al desuso por la ineficiencia de los políticos de las sucesivas administraciones, de mayor a menor y sean del color que sean. Pero sobre todo hay tres de esos términos puestos en cuestión por su ineficacia: honestidad, legalidad y solidaridad. A la larga, su incumplimiento amenaza a la mismísima libertad.
España merece, que nadie lo dude, algo mejor que la purrela de políticos que, con pocas excepciones, deambula por los salones del poder. Políticos más preocupados por su imagen publica que por su capacidad de presentarse ante los ciudadanos con las manos verdaderamente limpias y la conciencia tranquila.
Políticos que por carecer de moralidad –independientemente de que sean o no religiosos- practican el sectarismo, el nepotismo y el absolutismo que han podrido durante siglos la vida pública española. Resulta irónico que los herederos de quienes durante siglos condenaron el caciquismo, lo practiquen ahora sin tapujos pero sufragándolo con caudales públicos. ¿No conocen ejemplos? ¡Vamos! ¡Miren a su alrededor! ¡No tendrán que buscar demasiado! ¡Están por todos lados! ¡Son parte del sistema y es el sistema el que está corrupto!