miércoles, 3 de junio de 2009

Editorial

La mala gestión de la epidemia de gripe

Es cierto que los virus son caprichosos y verdaderamente difíciles de controlar y predecir. Es cierto que las epidemias, a lo largo de la historia, se han escapado a controles y prevenciones, y que a final no son otra cosa que el resultado de la mala cabeza del hombre en la gestión de la naturaleza puesta a su alcance por quien sea, Dios o la providencia.
Pero no es menos cierto que la gestión de la presente epidemia de gripe, por más que se esfuerce Trinidad Jiménez, nuestra ministra de Sanidad con carita de “yo no he sido”, está resultando un auténtico desastre. Y para colmo, su colega de Defensa, ésta con carita circunspecta, tampoco ha exhibido en este asunto sus mejores dotes de gobernante.
Somos en estos momentos, y no parece que nadie vaya a ser capaz de desmentirlo, el país de Europa con más número de personas contagiadas por la gripe, llámese porcina, nueva o A, que al final lo de menos es la denominación. Y lo somos porque nadie parece haberse tomado en serio lo que, según la OMS y si no exagera, es una bomba de relojería a punto de estallar con todo su poder.
Lo que nadie nos explica es cómo y por qué estamos asistiendo a este bombardeo de contagios que parecen ser al anticipo de la verdadera epidemia que nos anuncian.
Los primeros casos tenían su explicación. Gente que anduvo de vacaciones por Méjico cuando empezó el asunto. Pero confiábamos –equivocadamente como estamos viendo- que su aislamiento bastaría para limitar los efectos. De repente nos encontramos, por arte de birlibirloque y sin que parezca saberse de qué modo llegó el virus a Hoyo de Manzanares, con una cuartel afectado, sin que los mandos castrenses tengan los reflejos para evitar que se contagien a efectivos de otros cuarteles y que hasta ponen en peligro a los alumnos de un colegio de visita.
Y cuando la tormenta cuartelera parecía a punto de escampar, nos enteramos de que son ahora los alumnos de unos colegios de la zona sur de Madrid, la más humilde, los que incuban esos incómodos virus que hacen temer que el reguero de pólvora comience de nuevo a arder para causar una explosión en el polvorín. Pero tampoco sabemos a través de que enrevesado mecanismo han llegado los “bichitos” a Leganés.
¿Pero cómo se han contagiado los críos? ¿Qué se hace desde las instancias responsables –o irresponsables- para impedirlo? ¿Qué medidas (de esas que ahora llaman con cursilería “protocolos”) se están tomando para que la cosa no vaya a mayores? ¿O es que directamente ni se toman tales medidas?
La ministra Jiménez, con su carita de circunstancias, no hace otra cosa que salir a recitar una sarta de obviedades ante las cámaras de televisión que no convencen ya a los padres de esos niños a los que no llevan al cole para que no agarren lo que no tienen. Hasta les dice que no hay razones para cerrar los centros. ¡Menudo sarcasmo! Es probable que a la señora Jiménez, que vale igual para el roto de la política exterior y el descosido de la sanitaria, no tenga ni la menor idea de lo que es la preocupación de un padre normal ante lo que pueda afectar a la salud de sus hijos.
Sobre todo porque, o nos da más y mejores razones para tomar en consideración sus palabras, o tendremos que seguir haciendo zapping en la tele al verla aparecer. Ya sabemos que han controlado los antigripales, que están buscando una vacuna, y que de momento no saben cómo calar el melón. Pero en ese caso, al menos deberían agilizar las medidas preventivas del contagio.
En Méjico, donde todo empezó y a donde por politiqueos no se ha impedido viajar, la gente han conseguido reducir una barbaridad los contagios poniéndose mascarilla . Aquí, la barbaridad es seguir viendo la incompetencia de quienes debieran tomar las medidas e impedir que surjan contagios por aquí y por allá sin control.
Tal parece que los servicios de los que la señora Jiménez, doña Trinidad, es responsable, no saben más que imprimir carteles con consejos preventivos y colgarlos por todas las consultas del país. Y después fiarse de la suerte o temer la mala suerte.
Mientras tanto, las familias con miembros en situación de riesgo –fundamentalmente niños o personas mayores- asistimos a la farsa en la que además nos piden que nos sentemos a esperar. Como ellos hacen. Y así veremos mejor al silenciamiento deliberado de las noticias sobre este asunto que, como otros, le ha estallado en las manos a este ejecutivo, que parece saber gestionar bien los datos positivos, pero que se está mostrando cada vez más como un cero a la izquierda ante la adversidad, llámese recesión o epidemia.