Madrid.- La reciente masacre provocada por un loco de ideología ultraderechista en Noruega hace salir del aparente letargo al terrorismo negro, el relacionado con los movimientos fascistas, racistas y xenófobos. Incluso parece haber dejado de ser desdeñ
ado por políticos supuestamente respetables, algunos de los cuales coquetean con él.
Siv Jensen, incendiaria líder del Partido del Progreso noruego, debió quedarse helada al saber que Anders Behring Breivik, el asesino noruego, había militado durante años en sus filas. "Duele saberlo", comentó cuando le dieron la noticia.
"Lo que ha ocurrido es una terrible tragedia y lo importante es que los noruegos estemos juntos". Jensen se encuentra ahora en el centro del escenario, bajo unos focos que la muestran en nutrida compañía de líderes y partidos extremistas europeos, que cazan a placer votos de un electorado a la defensiva por la crisis económica y defraudado por una Unión Europea que no solo no resuelve sus problemas sino que sacrifica en el altar de la globalización puestos de trabajo cada vez más escasos.
Mucho antes de hacerse mundialmente famoso gracias a la trilogía de Millennium, el escritor Stieg Larsson trabajó como periodista para desentrañar las tramas de la extrema derecha en el norte de Europa. A través de reportajes publicados entre 1995 y 2004 dejó claro que la ultra
derecha nórdica, inspirada en la mentalidad y los méritos del extremismo violento norteamericano, no iba a parar hasta lograr una tragedia de grandes proporciones.
"En Estocolmo también pueden producirse atentados terroristas", era el título de uno de sus artículos publicados en 1995 (editados en español por Destino, bajo el título La voz y la furia). Partía de los 168 muertos y 400 heridos provocados por el atentado de Oklahoma (Estados Unidos), al que negaba el carácter de locura aislada y lo consideraba "un asesinato en masa meticulosamente planeado y conscientemente llevado a cabo". Colocaba en el centro de las sospechas a la nebulosa constituida por la agrupación nazi Aryan Nations (las Naciones Arias), creada a principios de los años ochenta bajo la pantalla de una iglesia cristiana en Idaho, y dedicada a denunciar la ocupación de EE UU por el ZOG (abreviatura inglesa de gobierno sionista de ocupación), al que atribuían el objetivo de hacer desaparecer la raza aria incitando a la mezcla racial y a restringir la posesión de armas.
Agrupaciones similares existen en Escandinavia. La creación de mitos sobre el comportamiento, las opiniones, la forma de vida y la fiabilidad de los musulmanes "ha sustituido a los judíos como el principal blanco de la propaganda del odio", suavizando el antisemit
ismo original, ha dejado escrito Larsson.
La amenaza representada por la inmigración, la absoluta convicción de que "nuestra cultura" es superior a "su cultura", la descripción de los inmigrantes como una chusma preparada para violar a las mujeres escandinavas, eran a su juicio los ejes de ese extremismo. Pero, para ellos, los verdaderos malos de la película no son los inmigrantes, sino la élite del poder, que sacrifica a su país en el altar del "multiculturalismo". ¿Cómo no ver similitudes entre las ya antiguas denuncias de Larsson y las huellas dejadas en la Red por Anders Breivik, el presunto asesino de Oslo, que las autoridades y el público descubren cuando las matanzas ya son irremediables?
"Sin anticiparse al desenlace de la trama se puede hacer una predicción: al final, una masacre como la de Oklahoma ocurrirá también en Suecia. Disponemos de todos los ingredientes: odio, fanatismo, glorificación de la violencia y mentalidad sectaria", escribió Larsson en 1995.
No acertó con el lugar exacto, pero sí en cuanto a la zona geográfica y cultural donde iba a producirse. Dieciséis años después ha aparecido un noruego "de pura cepa", autor aparentemente solitario de un doble atentado con el resultado de casi un centenar de muertos. Son personas que actúan sin líderes, pero que forman parte, si no de un grupo jerarquizado, sí de una mentalidad sectaria orientada al terrorismo político.
Como decía Larsson, c
uando el fanatismo proclama reiteradamente su odio contra la democracia, alguien, tarde o temprano, va a hacer algo extremadamente estúpido.
Además, el extremismo político, tintado de nacionalismo y xenofobia, ha dejado de ser tabú cuando políticos tan respetables como Nicolas Sarkozy, Angela Merkel o David Cameron juegan con la idea de que "el multiculturalismo ha fracasado completamente", como mantiene la canciller alemana.
Políticos clásicos y radicales pugnan por ese electorado como en una subasta, lo que permite a los analistas aventurar que las ideas extremas modelarán el debate político en Europa.
Además de pedir unidad, Jensen dice estar muy de acuerdo con el primer ministro socialdemócrata, Jens Stoltenberg, en que "lo que necesitamos ahora es más democracia". No explica lo que eso supone ni si teme que la furia asesina de su antiguo correligionario vaya a dañar la fuerza de un partido xenófobo y ultranacionalista que hace casi dos años ella convirtió en la segunda fuerza política nacional, apoyada por el 23% de los noruegos.
El Partido del Progreso es el alumno aventajado de una ideología y un programa muy bien representados en los países nórdicos, antaño tenidos por la encarnación de lo liberal y la tolerancia y donde hoy crece el número de quienes se sienten arrollados por gentes venidas de fuera y de lejos con culturas extrañas y religiones inflexibles.
El último en sumarse a esa familia en expansión de los ultranacionalistas ha sido el llamado partido de los Auténticos Finlandeses, encabezado por Timo Soini con un programa hostil a la UE y contrario a transigir con los derrochadores países del sur, aunque al final haya aceptado que el Gobierno finlandés sea solidario con el plan para rescatar a Grecia y estabilizar las finanzas de la Unión.
Los Demócratas de Suecia también hicieron el año pasado buen papel en las urnas aupados a una plataforma antiinmigración, por más que sigan en el gueto político, al contrario de lo que ocurre con su equivalente en la vecina Dinamarca, el Partido Popular Danés, sostén parlamentario del Gobierno conservador desde 2001.
Para su líder, Pia Kjaersgaard, el peligro viene de la todavía tolerante Suecia. "Si quieren convertir Estocolmo, Gotemburgo o Malmö en unos Beirut escandinavos con guerras de clanes, asesinatos por honor y violaciones por bandas, que lo hagan", advirtió. "Nosotros siempre podemos poner una barrera en el puente de Oresund".
Y sus palabras no han quedado en nada. El Gobierno danés ha lanzado un órdago a la UE al imponer de nuevo controles en las fronteras, una congelación de la libertad de circulación que consagran los acuerdos de Schengen, sobre cuya legalidad tiene graves dudas Bruselas.
En Austria, en Hungría, Holanda -con la figura estelar de Geert Wilders, ídolo antiislámico de Breivik-, en Italia, en Suiza o en el Reino Unido la derecha nacionalista y xenófoba tiene ahora unos resultados que convierten a muchos de estos partidos en fuerzas con gran capacidad de influir en las políticas, en ocasiones desde el propio Gobierno, como la Liga Norte en Italia.
Una experta de un centro de estudios europeos de Bruselas, Shada Islam, cree que "debido a la crisis y a la falta de puestos de trabajo los políticos juegan con las emociones para ganar votos y para
ello buscan chivos expiatorios".
Lo dijo claramente el holandés Wilders: "La inmigración tiene un enorme impacto económico. Creemos que cortar la inmigración por razones económicas debería ser parte de la campaña. Millones de holandeses creen que inmigración y economía tienen mucho que ver". Con ideas como esas convirtió hace un año a su Partido de la Libertad en la tercera fuerza política holandesa.
Estas doctrinas y programas se someterán por todo lo grande al veredicto de las urnas en la elecciones presidenciales francesas del próximo mes de mayo, en las que Marine Le Pen está llamada a jugar un papel crucial, según los sondeos: "Izquierda y derecha ya no significan nada; tanto izquierda como derecha están por la UE, el euro, el libre comercio y la inmigración. La verdadera fractura está ahora entre quienes apoyan la globalización y los nacionalistas", replicaba en un reciente debate en París a Charles Grant, director del Center for European Reform (CER), un instituto de análisis político de Londres.
Grant refiere la experiencia de su encuentro con Le Pen en un informe que publicó la semana pasada, donde da cuenta de cómo la nueva líder del Frente Nacional está distanciándose de la extrema derecha, ha abandonado el racismo y la islamofobia de su padre, y se presenta como una fuerza nacionalista con supuestos de política económica propios de la vieja izquierda.
"Creo que Le Pen tiene razón cuando dice que la fractura política en Europa está entre nacionalistas y globalizadores", escribe Grant, quien no cree que los problemas tengan las soluciones (abandonar el euro, la UE y la OTAN) que ella propugna. Sus ideas "pueden ser extremas, pero dado el desastre en que está inmersa Europa, no le costarán votos entre quienes quieren dar una patada a las élites de París y Bruselas por su presunción, soberbia e incompetencia".