martes, 10 de noviembre de 2009

Editorial

La integración del inmigrante en la sociedad española

La brutal agresión a una mujer marroquí por no llevar velo, en Socuéllamos, en nuestra propia región, que ha costado la vida del niño que llevaba en su vientre, trae a primer plano la integración de los inmigrantes en la sociedad española y los límites que no se puede permitir que nadie rebase.
Cualquiera que venga a España, con o sin papeles, desde un país musulmán o budista, sea alto o bajito, negro o blanco, tiene que tener muy claro que no puede traer consigo su modelo de sociedad si éste entra en contradicción con el que nosotros tenemos y no deseamos ver alterado. Al menos no puede imponer aquellos conceptos que entran en colisión con los fundamentos de nuestro Estado de Derecho y los derechos humanos.
Las autoridades y la justicia deben ser claras y contundentes en ese principio. No se trata aquí de clamar con un discurso xenófobo, racista o religioso. Los principios de tolerancia no impiden que se reclame para que nadie nos imponga desde fuera un modelo social que no queremos, al menos en lo que entraña de vuelta atrás en los derechos ganados por generaciones.
Ni deseamos segregar o marginar al que llega, ni que éste nos obligue a aceptar lo que no deseamos. La mujer, venga de donde venga, tiene pleno derecho a sentirse protegida en España. El ataque racista de un joven radical en el metro a una muchacha iberoamericana es tan deleznable como la violencia de unos musulmanes contra una de sus mujeres por no llevar velo. Y la ley debe caer con toda contundencia por igual sobre ambos casos. No caben medias tintas.
Los brotes de ese tipo deben atajarse de raíz. Como debe ponerse coto cuanto antes a la proliferación de bandas de jóvenes latinos que empiezan a imponer una cierta ley de la jungla o del más fuerte en algunos lugares de España, como la periferia de nuestra cercana Madrid. La permisividad con el delito –y delito es adueñarse de la calle por uno u otro método- conduce al aumento de su intensidad y a graves perjuicios a la sociedad. Y quienes alientan esa permisividad hacen un flaco servicio a todo el país.
Más de una vez hemos escuchado como excusa de un inmigrante para hacer algo que se aparta de nuestras leyes un “es que en mi país hacemos las cosas de ese modo”. Pues bien, si lo que hacen en su país contradice la ley española, o se adaptan o se marchan. Lo que no vale es importar su modelo de ilegalidad, de violencia o de intolerancia.
No hace mucho un inmigrante rumano preguntaba extrañado entre nosotros por qué no tenía él derecho a ponerle la mano encima a su esposa, si en su tierra era al contrario. La respuesta era simple: porque en España eso es un delito y debe costarle un disgusto con la ley. Esa simple explicación bastó, en su momento y en el caso que se refiere, para evitar una agresión doméstica.
Pero lo que sirve ante el hecho concreto o aislado a veces no tiene el menor efecto ante un hecho que implique a más de un individuo. Y por supuesto es muchas veces incapaz de evitar la violencia originada en el extremismo religioso. El islam, por más que clamen sus seguidores, tiene una faz intolerante que en Europa, España y Escalona por ese orden, no debemos aceptar. Pero tampoco la violencia xenófoba hacia los musulmanes de nuestros propios conciudadanos.
Porque a veces se ve la paja de la intolerancia en el ojo ajeno de nuestros inmigrantes, y no vemos la viga que cuelga de los de nuestros propios vecinos, como el majadero que ante la presencia de un médico palestino en nuestro centro de salud, se mofaba diciendo que habría llegado en una patera y cuestionaba su capacidad para curar a los pacientes.